
Es cordialísimo el afecto que un padre muestra a su hijo. Antes de que el hijo nazca, el padre ruega al cielo por su felicidad. Cuando ha nacido lo cuida y lo ayuda a crecer en sabiduría y santidad. Cuando el hijo ha llegado a ser sabio y sapiente, el Padre lo mira como su predilecto, lo quiere como a las niñas de sus ojos… Recuerda entonces que Dios, respecto de ti, es un Padre como lo fuera para los santos más ilustres de la Iglesia.
El afecto de un Padre es tierno. Ama a sus hijos aún antes de su nacimiento. Los ama cuando los mima en familia. Porque ama a los suyos, un Padre de la mañana a la noche trabaja sin desfallecer… Jesús comenzó a amar a sus hijos desde los siglos eternos. Cuando estos fueron creados, para poblar la tierra, Jesús como un Padre amoroso vino a conversar con sus hijos en el mundo y a educarlos para el paraíso.
El Señor y Padre Celestial está en medio de nosotros. Si un monarca piadoso o el santo pontífice hubiera hoy entrado en nuestra casucha, estaríamos a su alrededor reverentes, cuidadosos de no omitir nada, ansiosos de hacer de todo para no disgustarlo en lo más mínimo. Jesús, Señor y Padre Nuestro, está entre nosotros aquí en su presencia. Hermanos míos, estemos atentos para no ofenderlo de ninguna manera.